Imaginemos a un hombre que trabaja en un almacén de logística en Bon Pastor. O una mujer, pongo mujer porque en su inmensa mayoría suelen ser mujeres, que limpia oficinas en Trinitat Vella. O una joven de Baró de Viver que hace trabajos temporales sin saber si llegará a fin de mes. Los tres tienen algo en común: la vida se les hace cada vez más costosa e incierta. Los precios suben, los sueldos no alcanzan y la vivienda se ha convertido en un lujo. Pero en lugar de recibir respuestas, lo que escuchan en los medios y en las redes es un discurso que les dice que su problema son los impuestos, los inmigrantes, las ocupaciones, los movimientos sociales o incluso las mujeres.
Nos quieren convencer de que el problema es el Estado, que el problema es la política, que todos son iguales. Pero tenemos que empezar a comprender el tablero de juego en el que nos movemos. La extrema derecha, tanto a nivel global como en nuestro país, en nuestra ciudad o incluso en nuestro barrio, tiene una estrategia clara: desprestigiar la política y presentarse como los únicos capaces de solucionar los problemas. Su discurso se basa en señalar culpables externos y en convencerte de que ellos no forman parte del sistema, cuando en realidad siempre han estado ahí, ocupando espacios de poder y controlando el Estado a su favor.
Estos movimientos necesitan que el Estado funcione para ellos. Necesitan leyes que les protejan y, sobre todo, necesitan el trabajo de los demás para sostener su modo de vida. Necesitan el trabajo de todos y todas al menor coste posible para seguir acumulando riqueza, y necesitan que los trabajos de cuidado se sigan encargando las mujeres de manera gratuita y no reconocida, o actualmente que se encarguen personas, normalmente mujeres, inmigrantes y con condiciones laborales y económicas pésimas. Este es un papel crucial para el sistema de acumulación de riqueza por el que nos quieren convencer: son las mujeres (repito antes en su mayoría la mujer de la familía y actualmente cada vez más se externalizan esos trabajos mal pagados a mujeres inmigrantes), quienes crían, educan, limpian, cuidan y alimentan al conjunto de la familia y a las siguientes generaciones. Generaciones que, llegado el momento, el sistema económico pretende explotar para seguir acumulando poder y riqueza. No buscan justicia ni bienestar para todos, sino mantener su cuota de poder y su crecimiento personal a costa de los demás.
Por eso nos venden una idea falsa de éxito: «sé tu propio jefe», «haz tu fortuna», «hay para todos». Nos dicen que, si no lo logramos, es porque no nos esforzamos lo suficiente. Pero esto es una mentira. La realidad es que ellos cuentan con los medios de producción, con el capital, con los contactos, con los medios de comunicación y con las redes sociales. Necesitan que pensemos que todo depende solo de nosotros para que no nos organicemos, para que no exijamos cambios y para seguir ganando. Porque, si en lugar de competir entre nosotros nos apoyamos mutuamente y construimos comunidad, miraremos hacia arriba y exigiremos equilibrio. Y eso es lo que realmente les asusta.
Así que mucho cuidado cuando dicen que no tienen ideología, cuando usan argumentos fáciles, cuando quieren tocar sentimientos básicos como el miedo o la falsa esperanza. No es casualidad que puedan defender cosas contradictorias sin ningún problema: su único objetivo es sostener el poder, sin importar los principios. En ese sentido, la extrema derecha se adapta a lo que le conviene, algo que se asemeja peligrosamente a como la socialdemocracia ha sabido acomodarse al neoliberalismo. Durante décadas, los partidos socialistas en Europa han sido impulsores del estado del bienestar, pero hoy en día se esfuerzan más en gestionarlo a la baja que en defenderlo. Se han adaptado tan bien a las reglas del juego que ya ni se plantean cambiarlas. Mientras tanto, la extrema derecha aprovecha ese vacío para venderse como alternativa, cuando en realidad son más de lo mismo: proteger a los de siempre a costa de los demás.
Nos roban el horizonte
Hace años, los trabajadores podían aspirar a una vida mejor. Quien no tenía estudios podía encontrar un empleo estable, comprarse un piso y hacer planes de futuro. Ahora, sin embargo, el mensaje es otro: «sálvate como puedas», «sé tu propio jefe», «esto es una jungla». Han roto la idea de que el bienestar se construye colectivamente y nos han hecho creer que somos empresas individuales que deben competir entre sí.
Esto no ha pasado por accidente. Como dice la académica Nancy Fraser, el capitalismo actual es «caníbal»: se alimenta de nosotros. Se nutre de la precariedad, del estrés de no saber si podrás pagar el alquiler, del miedo a quedarse sin trabajo. Y lo peor de todo: nos quiere aislados, separados, mirándonos con recelo. Porque sabe que, si nos unimos, podemos cambiar las cosas.
La extrema derecha como cortina de humo
Ante este escenario, la extrema derecha no te ofrece soluciones. No habla de mejorar sueldos, controlar el precio de los alquileres o reforzar los servicios públicos. Lo que hace es canalizar la rabia hacia enemigos inventados: que si los inmigrantes nos quitan el trabajo, que si las feministas quieren privilegios, que si los ecologistas quieren prohibirlo todo. Así desvían la atención del problema real: un sistema económico que beneficia solo a una minoría.
No es casualidad que estos discursos se estén extendiendo por todo el mundo. Como explica el historiador Enzo Traverso, la nueva extrema derecha se ha modernizado. Ya no se presenta como el viejo fascismo, pero sigue utilizando los mismos mecanismos: divide la sociedad, fomenta el miedo y protege a los poderosos. Ahora ya no habla tanto de antisemitismo, pero ha sustituido ese odio por la islamofobia y otras formas de racismo.
Incluso han comenzado a hacer ver que defienden a las mujeres y al colectivo LGTBI, pero solo cuando les conviene para atacar a otros colectivos, como las personas musulmanas. Se trata de una estrategia de manipulación para seguir marcando quién es el «nosotros» y quién es el «ellos».
¿Y ahora qué? Recuperemos la política
La verdadera amenaza es que nos resignemos y dejemos de creer que podemos cambiar las cosas. El objetivo de este modelo es despolitizarnos, hacernos creer que solo podemos sobrevivir individualmente y que ya no hay alternativa.
Esta es la gran estrategia de la extrema derecha y la derecha extrema en todo el mundo: aprovechar la desesperación de la gente para señalar culpables equivocados y así proteger a los de siempre.
Pero hay una buena noticia: siempre hay alternativa. Cuando la gente se organiza, las cosas pueden revertirse. Lo hemos visto con la lucha por la vivienda, con las reivindicaciones feministas y con cada protesta que ha forzado cambios reales. La extrema derecha quiere que nos enfrentemos entre nosotros, pero nosotros sabemos que el problema no es el vecino de al lado, sino aquellos que se lucran con nuestro miedo.
Así que la pregunta es: ¿dejaremos que nos dividan o empezaremos a construir juntos un futuro mejor?