La Superilla del Eixample no ha desviado el tráfico a otras calles: València y Gran Via tienen hoy menos coches

Dos años después de la pacificación del Consell de Cent, los grandes ejes paralelos no han visto más tráfico, sino menos.

El modelo de superilla es reconocido por la OCDE por hacer ciudades más inclusivas, pero el Ayuntamiento de Barcelona ha decidido no replicarlo por su coste.

Una investigación publicada por Nació Digital ha desmentido con datos oficiales una de las grandes mentiras que ha acompañado desde su inicio al proyecto de la Superilla del Eixample: el supuesto “colapso” del tráfico. Dos años después de la transformación del eje Consell de Cent en un espacio pensado para peatones, bicicletas y vida vecinal, los grandes ejes paralelos, como la calle València o la Gran Via, no solo no han sufrido más tráfico, sino que han registrado una disminución del paso de vehículos.

La calle València, uno de los puntos más señalados por la oposición conservadora y parte del lobby comercial, ha visto reducir su tráfico un 4,6 % entre semana en el año posterior a la apertura de la Superilla, comparado con el año anterior a las obras. En la Gran Via, la caída ha sido más modesta —un 1,4 %—, pero igualmente significativa. Incluso los ejes en sentido contrario, como Diputació o Aragó, también han bajado su volumen de vehículos. Nació Digital, que ha cruzado los datos públicos de los sensores del Ayuntamiento, concluye que el temido “efecto desvío” no ha ocurrido.

¿Dónde están entonces los coches que antes atravesaban Consell de Cent? La respuesta puede estar en un fenómeno conocido como “evaporación del tráfico”. Según estudios académicos, cuando se reduce el espacio disponible para coches, una parte significativa del tráfico simplemente desaparece: las personas cambian de hábitos, optan por el transporte público o renuncian a ciertos desplazamientos. Es exactamente lo que ha pasado también en otras ciudades que han limitado el coche: si se reducen los carriles, se reduce su uso.

La tendencia no es nueva. Ya en los años anteriores, con la aplicación del urbanismo táctico y la Zona de Bajas Emisiones, el tráfico en el Eixample se había desplomado. Entre 2019 y 2022, la calle Aragó perdió un 36 % de coches, Balmes un 17 % y la Gran Via un 9 %. Aunque los ejes verticales han tenido variaciones según los barrios y las obras en curso, el balance general es claro: el coche retrocede, y lo hace sin colapsar la ciudad. Una lección para quienes siguen defendiendo un modelo de ciudad que ya no tiene futuro.

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