Barcelona entra en la temporada alta con previsiones récord: un 8% más de turistas respecto a 2024 y más de 1,2 millones de cruceristas entre enero y mayo, un 20% más que el año anterior. A pesar del discurso del alcalde Jaume Collboni sobre “poner límites”, la capital catalana mantiene su posición como epicentro del turismo masivo en Europa. Las protestas ciudadanas, que se repitieron en 15 ciudades europeas el pasado domingo, reflejan un hartazgo creciente ante un modelo que amenaza la vida cotidiana.
Uno de los pilares del discurso municipal es el cierre de pisos turísticos en 2028 y la reducción de terminales de cruceros. Pero en la práctica, este verano habrá seis amarres operativos, uno más que los cinco previstos, y los que se cierran son pequeños, mientras que los nuevos multiplican la capacidad. El Ayuntamiento admite que podrían alcanzarse los cinco millones de cruceristas al año si no se frenan los proyectos en marcha.
La ampliación del aeropuerto de El Prat, pactada entre la Generalitat y Aena, permitirá operar hasta 90 vuelos por hora. Las administraciones afirman que atraerá “profesionales cualificados”, pero los datos del Comité de Rutas Aéreas desmienten esa promesa: solo el 9% de los pasajeros de vuelos intercontinentales viajan por trabajo. Desde Asia y EE.UU., los dos principales focos turísticos, el aumento de visitantes supera el 20%.
La tasa turística, que debía duplicarse hasta los 15 euros por noche este abril, se ha aplazado sin fecha clara. ERC frenó la reforma en el Parlament pese a haberla impulsado en el Ayuntamiento, lo que ha dejado en suspenso una medida clave para redistribuir el impacto del turismo sobre la ciudad. El consistorio espera poder aplicarla en octubre, cuando ya haya terminado la temporada alta.
Mientras tanto, Barcelona sigue apostando por macroeventos como la Copa América, que dejó un agujero de 3,5 millones en el Puerto. Aunque se anuncian medidas de sostenibilidad y turismo “de calidad”, los salarios del sector siguen un 60% por debajo de la media, y barrios como la Barceloneta continúan expulsando a vecinos. La ciudad, cada vez más convertida en escaparate, sigue pendiente de si sus políticas serán capaces de revertir un modelo que ya se ha ido de las manos.