Una tarde de invierno cualquiera, cerca ya de Navidad, al salir de una reunión cualquiera, en este caso una con entidades culturales, te sientas en una terraza del Eixample con una amiga.
La Festa Major de Sant Antoni amenaza con llegar y la amiga tiene una angustia (sí, en Barcelona aún hay espacios en los que una birra en una terraza ameritan la consideración de amigas). Ella, de la Colla de las Bastoneres del Cop, lamenta que este año no podrán actuar en las fiestas por falta de balladores, pero a toque de agenda se resuelve el problema (no en vano me pasé años rodando de aula en aula en el Institut del Teatre) y aparecen balladores para salvar el bolo.
Unas semanas más tarde, saliendo de un ensayo de las Bastoneres, recojo a las balladores y de nuevo la amistad se encarna en el cuerpo de unas birras en una terraza, y las amigas sobrevenidas entre golpes de bastones, charlando descubren una historia compartida, la una habiendo participado en la constitución de los Diables de l’Esquerra Infernal, la otra habiéndolos resucitado en forma de las Melànimes del Ninot. Se habla también de las del Foc de Belladona, que este fin de semana se estrenan, y entre cañas suena una voz: “hey, entre mujeres y marikas sostenemos la cultura del distrito, de aquí saldría un buen artículo!”.
Y con más aguja que hilo, aquí servidora de ustedes entoma la labor de poner por escrito algunos pensamientos al respecto.
En la sociedad en que nos ha tocado remar, la narrativa imperante asume que las buenas iniciativas son absolutamente individuales en una suerte de heroicidad épica que nos lleva a algunas, las que nos esforzamos, a hallar el éxito en nuestras empresas y a otras, las más vagas, a no lograrlo. Y como marco mental, al márgen de las realidades individuales, funciona. Pero cuando se aterriza la idea, a menudo esta chirría como chirrían las bisagras viejas.
Además de las Festes de Sant Antoni, con mención especial al bicentenario de los Tres Tombs (la secularización de las festividades religiosas y su enraizamiento en la cultura popular eminentemente laica merece otra reflexión en otro artículo), esta semana se han dado dos eventos de participación ciudadana en el distrito que han captado mi humildísima atención. Por contraposición a la frase aquella de aquella amiga mía que origina estas palabras desordenadas.
Por un lado, una reunión convocada por una plataforma vecinal para pedir explicaciones a diferentes partidos políticos sobre una modificación urbanística. En la mesa, cinco señores y una señora. Ni siquiera la plataforma, atendiendo a la falta de paridad de la representación institucional, tuvo a bien escoger una moderadora para compensar.
Por otro lado, la inauguración de una placa en honor al insigne urbanista que, pese a haber perdido el concurso consolidó la trama urbanística del Eixample, hoy emblema y marca de la ciudad entera. Que hace 150 años los urbanistas, ganaran o perdieran concursos, fuesen hombres, ni sorprendía entonces ni sorprende ahora. Que la única mujer que intervenga institucionalmente en un acto en 2025, lo hagapara presentar y dar paso a hombres sabios, nos debería de inquietar a todas.
Y podrías asistir anónimamente a todo esto como el alienígena de Mendoza asistía a los eventos preolímpicos en la Barcelona distópica de Sin Notícias de Gurb, pero no lo haces porque entiendes perfectamente el mecanismo. Y pese a la rabia contenida, atávica a todo el que se ha visto excluido del privilegio cis-hetero-patriarcal-blanco (prácticamente todo el mundo), sonríes como aquella criatura que resuelve por primera vez un enigma sin ayuda.
Los señores producen, las señoras re-producen.
Ellos figuran en espacios de importancia, ellas cuidan que el legado cultural se transmita paso a paso, poco a poco, de boca a oreja.
De culturas hay muchas, y de la misma manera que el sistema jerarquiza profesiones, espacios, clases o géneros, también jerarquiza las culturas y sus métodos de transmisión.
Y por eso no me extraña que la cultura popular, aquella que se ha cuidado al calor de las brasas del hogar, que se ha transmitido entre labor y labor, haya sido conservada mayoritariamente por aquellas personas a las cuales el sistema considera incapacitadas para la tarea productiva (asumiendo que en alguna realidad de entre las realidades posibles el hecho de producir fuese una capacidad per se). Y pese a que el mundo nos enseñe que lo que mola es estar en los actos de conmemoración histórica o de exposición ciudadana de posiciones polítias relevantes, creo que lo que nos salva la vida es tener amigas que cuando lo necesitas te echan una mano, que las conozcas de hace años o de hace ratos, levanten el teléfono para ayudarte.
Y aunque podría parecer que el mundo es más oscuro esta semana que la pasada, atendiendo a quien gobierna la nación líder del mundo libre, puedes abrir el programa de las Festes de Sant Antoni, y ver que el próximo domingo la Assemblea de Joves de Sant Antoni i Waldorf y Makipomba organizan un revisionado participativo de The Rocky Horror Picture Show, símbolo queer de los años ‘70.
Y entonces puedes pensar que allí dónde hay cultura popular, red y enraizamiento, no está todo perdido.