El debate sobre abandonar X (antes Twitter) no es nuevo, pero se vuelve más urgente con cada nueva acción de su propietario, Elon Musk. No estamos hablando solo de un empresario; estamos frente a una figura clave en el ascenso global de la ultraderecha. Su control absoluto de la plataforma la convierte en un terreno hostil para la democracia, el debate crítico y los derechos humanos. Continuar utilizando X equivale a legitimar sus reglas arbitrarias y su agenda, que se despliega bajo una fachada de innovación y libertad de expresión. ¿Podemos seguir siendo parte de este teatro sin convertirnos, voluntaria o involuntariamente, en cómplices?
El problema no radica únicamente en la proliferación de cuentas de odio, contenido ultraderechista o noticias falsas. Estas son manifestaciones visibles de algo mucho más profundo: el poder concentrado y opaco de Musk sobre los algoritmos que rigen lo que vemos y lo que no. Los cambios recientes en X —desde la recomendación insistente de cuentas ultras hasta la eliminación silenciosa de seguidores progresistas— no son fallos, sino tácticas deliberadas. La plataforma ya no es un espacio neutral; es un tablero manipulado para beneficiar a una ideología específica. Permanecer en X implica aceptar las reglas de este juego y, lo que es peor, legitimar la agenda de quienes lo diseñan.
Algunos argumentan que abandonar X sería ceder ese espacio a la ultraderecha. Este razonamiento, aunque comprensible, ignora que seguir allí no está logrando contrarrestarla, sino normalizar su influencia. Un éxodo masivo, liderado por instituciones, medios progresistas y figuras clave, podría marcar un antes y un después. No se trata de abandonar sin más, sino de generar un cambio de paradigma: construir espacios digitales alternativos, abiertos y democráticos, que no estén subordinados a los caprichos de multimillonarios autoritarios. La solución no es fácil ni inmediata, pero quedarse no solo es ineficaz, sino también éticamente insostenible.
Finalmente, este debate debe ir acompañado de una demanda urgente: regulación estricta y transparente de todas las redes sociales. La Unión Europea, y los estados democráticos en general, tienen la obligación de establecer controles que limiten el poder de estas plataformas y protejan los derechos de los usuarios. No podemos permitir que la desinformación, el odio y la manipulación sean moneda corriente. Decir adiós a X no es renunciar al debate público digital; es un acto de resistencia ante un sistema diseñado para silenciarnos y dividirnos. Es hora de dejar de jugar en un tablero amañado y empezar a construir uno propio.